Mi territorio Comanche. Haciendo el indio


En mi territorio acotado no hay cierre de fronteras ni vuelos cancelados. Y más que nunca creo en lo que decía Emily Dickinson, que no hay mejor nave para viajar que un libro”


El Bus aparcado, los juegos ordenados... Mi territorio no esta habituado a tanta quietud y silencio, aunque puedo entender que los vecinos de abajo estén encantados.

Llamadme loca, pero creo que hasta los peluches están alicaídos mientras sueñan que el Mundo vuelve a girar.


 Y volverá a girar si lo hacemos unidos y con la fuerza suficiente para que gire a la misma velocidad para todos.


Me conmueven todas las personas que están ahí fuera dándolo todo para tratar de preservar nuestras vidas aun a riesgo de las suyas. Las que trabajan para que no nos falte de nada ni siquiera un poco de Esperanza.


Mi gata no entiende que esté todo el día con ella. Sigue mis pasos maullando lastimera buscando una explicación a mi repentino cambio de hábitos, incluyendo el interés por el patio trasero,  al que antes sólo me asomaba para tender la ropa.


La primavera se ha vestido de crudo invierno y a  la chimenea de la calefacción no le queda otra que "vapear" de buena mañana como una fumadora empedernida. 
   

¡Suerte, amigos! Mimaos y tratad de que esta tragedia se convierta en una oportunidad. Cada cual que encuentre la suya.


Desde este momento me pongo en PAUSA bloguera, con una ingesta mínima de noticias y redes. 

En mi Territorio Comanche, se acabó lo de hacer el indio, al menos mientras dure el confinamiento. 

Puede que ésta sea una oportunidad única de acabar mi novela de una vez

Todas las fotos están hechas en o desde este espacio confinado que al principio me pareció cárcel  y ahora siento como mi refugio

Érase una vez una albóndiga con pinchos también conocida como "¡El Coronavirus!"


Personajes dibujados por mi nieta Nora cuando tenía entre cinco y seis años. 

Esta  pequeña historia tiene sus protagonistas como cualquier otra historia:

Wilma la pelos es la sabionda. Aniceto el cabezón es  muy Zen y tranquilo. Tostadito algo tímido pero valiente.  Y , como no, el malo de la historia es Covid-19 "EL CORONAVIRUS"


Wilma  os pondrá al tanto de cómo se las gasta esta albóndiga que algunos científicos ven con corona, de ahí su nombre, aunque a nosotros... 
Mina marina (foto de internet)

...viéndola a través del microscopio, nos recuerda más a una mina marina de la Segunda Guerra Mundial., que era un artefacto explosivo contra barcos y submarinos.

Pero vamos a lo que vamos,  este virus nuevo con apariencia de albóndiga con corona o de mina marina  es muy contagioso y nada complaciente ni divertido. 

Si se viene a vivir a tu cuerpo, ocurre que te achica los pulmones para que te cueste respirar y te provoca tos seca de perro afónico...


 Te deja el cuerpo dolorido, como si te hubiera pasado un camión por encima… y te puede provocar fiebre.

Los abuelos no están preparados para tanto jaleo y trajín, ya que sus cuerpos están más viejos y desgastados, y por eso hay que evitar que este virus quiera quedarse a vivir con ellos, y entonces les suba la fiebre mucho y  tenga que venir una ambulancia y llevarlos a Hospital.


-Eh, chavales, todos  a casita que ya  nos encargamos nosotros de estas albondiguillas virosas

Os advierto que Wilma tiene mucho carácter, así que ojo si os topáis con ella incumpliendo las normas de confinamiento.

-A ver, usted señor Verde, además de ser un  hortera es un egoista inconsciente. No sólo provoca al Covid-19 saliendo a pasear, sino que es de los que arrasa con el papel de váter. 

A casa ahora mismo, so merluzo, o le doy un mandoble con mi láser. Ah, y le requiso los rollos de papel higiénico. 

- ¡NOOO, el papel de váter NOOO. Mi tesorooo!

-Ni mi tesoro ni narices fritas, ¡A casa!


Sé que todos añoráis los parques, salir a pasear, jugar con los amigos y abrazar a los abuelos, pero no hay otro remedio que quedarse en casa hasta que se encuentre un medicamento que controle que el Covid-19 no vaya de aquí para allá enfermando a todos a lo loco.


 Nosotros tenemos el cuerpo de papel y el corazón de fantasía por lo que somos inmunes, que quiere decir que estos bichejos no pueden hacernos nada, ni malo ni bueno. 

 ¿A que os gustaría  creer que podemos con ellos? Pues ahora viene la buena noticia, ¡PODEMOS!  y todos unidos lo vamos a conseguir.


Vosotros de momento quedaos en casa. Disfrutad de estar más tiempo con los papás, hermanos y hermanas, animales de compañía... Y sed creativos, disfrazaos e inventad juegos y maneras de pasarlo en grande. Pero sobre todo...

...no os agobieis, colegas, esto también pasará. 

¡Feliz primavera u otoño dependiendo de en qué hemisferio estéis confinados! 

Dedicado a mis nietas/o y todos los niños pequeños y grandes

Cuando abandoné mi cuerpo no vi la famosa luz

Antes de abandonar mi cuerpo tuve que morirme, claro. No fue una muerte ni dramática ni épica, os lo aseguro. Mi muerte se  debió a un cúmulo de casualidades:

Era el día del mi baño semanal. La estancia más caliente era la cocina. La estufa era vieja y de combustión deficiente y la persona que cuidaba de mí se acordó de repente que le faltaban cebollas para el guiso…

Sentada en la banqueta, desnuda y sola, empecé a morirme.

Lo último que vi entre mis dedos arrugados por el largo remojo fue un pececillo de nácar dando bocanadas tan asustado como yo.

 -Sálvate- le dije - Salta por la ventana - Detrás de los abedules está el río.


Cuando abandoné mi cuerpo no vi la famosa luz, sino un barreño de zinc con el pececillo de nácar a salvo deslizándose alocado por la pendiente que conducía al río.

Fue una muerte dulce, aunque me pilló por sorpresa. No tenía previsto morirme con cinco años.

Se ve que lo mayores tampoco estaban para lutos y demás parafernalias mortuorias, así que me trajeron de vuelta a la cocina, insistiendo en que mi pez de nácar era una pastilla de jabón.

Bah pensé, ya instalada en la cama con un estetoscopio helado reptando por mi pecho como un cazador furtivo, qué aburridos, siempre encuentran la manera de estropear mis mejores momentos. Y, pese a ello..., me dispuse a seguir viviendo.

¿Cuánto hay de realidad y cuanto de ficción cuando hablamos de amor?

Alguien me dijo muy en serio que yo era un “alma vieja” y desde entonces juego a investigar de vez en cuando cómo se supone que somos las almas viejas.

Esta vez me he centrado en el AMOR. Y me sorprende reconocerme de una manera tan clara.



Dicen que si un «alma vieja» se enamora de ti…

…te sentirás amado siempre. Porque si te ha elegido, además de su compañero de vida y su amor, eres su toma de tierra en este mundo que no entiende.

Ella adora por igual estar sola, que una buena conversación, un paseo juntos, unas risas mientras compartís un café…

… una nota, un pequeño gesto, cómo la miras… Eso es lo que ella valora. 


Le gustan los amantes a la “antigua”, ya sabes, flores, notas, que usen la imaginación en el romance, como cantaba Roberto Carlos.

Lo material no le interesa (bueno, un viaje romántico de vez en cuando no es materialista, ¿no?)

No le cortes las alas, ella ama la libertad, ir a su aire y a su ritmo cambiante.


Ámala sin más, como una igual, tal como ella te ama a ti.
 ...............

Oh, cielos, esa “alma vieja” es clavadita a mí, me digo. Pero mi yo escéptico se pregunta, clavando mi pupila en tu pupila…

Y si… no soy un “alma vieja. Y sí sólo tengo una vida en la que no caben ni tanta imaginación ni tanto corazón ni tantos sueños ni tanta pasión…


…Y si el amor del que hablo sólo es una ficción o como decía Virginia Woolf…

“… una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión”

¡Dios, la duda me corroe!  Y tú ¿qué piensas? ¿Realidad, ficción, mitad y mitad?


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