La mascota de mis vecinos tiene a su disposición siete piscinas iluminadas con una luz lechosa y fría, conectadas por túneles y compuertas.
Tengo que fotografiarla. Es tan bella e increíble…
La ballena se desplaza lentamente, como si se desperezara. Me observa.
Nuestras miradas se cruzan. Puedo sentir su nostalgia, su tragedia. Su tristeza milenaria enjaulada.
-No puedes vivir aquí, morirás. Y el agua está tan limpia que no tienes NADA qué comer.
Como si mi última preocupación estuviese conectada a un servicio de catering, una pareja de jóvenes vestidos de blanco traen en una carretilla un saco de comida para perros.
Se presentan como biólogos. No parece que les preocupe el hábitat de la ballena. Bromean entre ellos mientras lanzan al agua bolitas de colores.
Me digo, “qué dramática eres, nena, ellos sabrán más que tú, ¡son biólogos!”
Pero me escondo en la habitación de la pequeña de la casa. Me acurruco en su esquina especial, donde la niña de siete años sueña al compás de la respiración de la ballena.
-A veces canta y parece que llora y que se ríe- me dijo la niña cuando se enteró de que iba a cuidar de su mascota.
Cuando oigo que se cierra la puerta, regreso a la piscina. Ni rastro de biólogos ni de bolitas de colores, el agua vuelve a estar cristalina y…
…la ballena ha desaparecido.
La busco de una manera absurda, como si pudiera haberse colado por el desagüe.
Hasta que la encuentro en un recodo, aplastada contra el fondo. No comprendo por qué no hay suficiente agua en esa zona.
La ballena respira con dificultad, no soy biólogo pero sé que, si no flota en poco tiempo, su propio peso la asfixiará.
Busco desesperada algún mecanismo que lleve agua hasta el recodo.
La ballena canta. Su canto suena como el gemido lejano de un bebé, como el aullido de un lobezno… Como un canto de sirenas melancólicas combinado con el ronroneo de una Harley.
Empieza a brotar agua por dos pequeños orificios, que trato de agrandar con mis manos.
El nivel del agua sube lentamente. Me encaro al agua. Le grito.
-¡La vas a matar!
Miro a la ballena, que ya no me mira.
-No te vayas-suplico.
Mi corazón late desordenado y me despierto. ¡Qué sueño tan extraño!, pienso.
Cuando me levanto prendo la radio. Ha “aparecido” una ballena varada en la playa.
Un vagabundo agarrado a una botella de vino barato afirma a quien quiera escucharlo:
-Lloooraba como un peeerrillooo! Sí, señor.
Fotomontajes de Tesa: las fotos de las ballenas utilizadas en estos fotomontajes las he sacado de internet. La piscina un poco tuneada de la publicidad de un hotel. Mi homenaje a sus autores.