No sabemos cuándo expiran los corazones de las personas que vagan por las calles de nuestras ciudades.
No sabemos qué parte de sus emociones siguen vivas. Ni en qué momento dejaron de soñar y recordar.
Pasamos a su lado ignorándolos, avergonzados, pero también muertos de miedo por si nos contagian su miseria.
Los zombis de las papeleras tienen apariencia de vivos, no van desharrapados y no duermen en la calle. Suelen ser personas mayores, solas, con una pensión mísera.
Nos incomoda verlos con el brazo dentro de las papeleras tratando de palpar a ciegas algo que merezca ser rescatado.
Los zombis exploradores pasan desapercibidos durante el día, pero al caer la tarde se mueven entre los contenedores de residuos y los cubos de desperdicios comunitarios con la tenacidad de los aventureros.
Dominan el arte de encontrar comida, algo qué reutilizar o vender.
Los zombis terminales ya no vagan. Son náufragos de asfalto anclados a una esquina o portal. Apenas comen. No hablan, ni te miran ni hacen el gesto de pedir.
Conjuran su maldición de zombis invisibles con vino barato o la locura.
Los zombis primerizos, recién vomitados por la injusticia, la indiferencia y la mala suerte, todavía mantienen su apariencia de vivos.
Te desafían con la mirada. Te recuerdan que estás hecho de los mismos materiales que ellos, que sólo tienes que medio morir para convertirte en un zombi con un solo objetivo: sobrevivir.¡Qué paradoja!
¿Te gustan las películas de miedo? Pues ahórrate las palomitas y date una vuelta por tu ciudad, los zombis están por todas partes.
¡Feliz Halloween!
Nota: a raíz de un comentario de Virgi, busco la historia de Miquel Fuster, que desconocía. ¡Uf! oírselo decir a uno de ellos es mucho más terrible que imaginarlo.
"Es algo trágico y terrible transitar entre la gente y comprobar que lo único que encuentras es desprecio, miedo o compasión. Es entonces cuando te das cuenta de que eres un cadáver sin sepultar. El mundo va anunciándolo con sus miradas".