La urraca plañidera y el gato volador


Sube al alféizar inclinado y algo resbaladizo, y seis pisos por encima del bar que lo encandila. Cauteloso olisquea el rastro y evalúa si un salto bastará para conseguir un bocado.

 Él no es uno de esos gatos que se mueven como bailarines de ballet. 
 
El humano con el que comparte piso siempre encuentra huellas y algún destrozo en las ocasiones en que se vuelve loco de aburrimiento y juega a titiritero funambulista.

Trata de recordar cuántas vidas ha gastado ya de las siete con las que se rumorea vienen de serie los gatos…Uhmm … Fue gato abandonado un tiempo… y eso le ha dejado mermadas las reservas.


Acicala su oreja mellada, un gesto que lo tranquiliza, y de repente un golpe de viento cierra la ventana haciendo añicos el cristal.

Una urraca del vecindario, curiosa y atenta a los movimientos del felino, grazna aterrorizada sabiendo con certeza que los gatos no vuelan.

El minino aterriza en la acera. Trata de levantarse ronroneando fuerte para calmar el miedo y el dolor. Tambaleándose, logra llegar hasta el alcorque del castaño, se recuesta sobre un costado, entrecierra los ojos…
foto de internet
Le tiemblan los bigotes mientras se sueña saboreando un cuenco de arroz con gambas peladas y rape. Se estremece de placer.

Los humanos pasan cerca del minino, pero nadie lo ve.  Pese a que la urraca vela al gato inmóvil saltando de un lugar a otro y graznando como una plañidera contratada. El sonido escandaloso nos alerta.

Mi hija toca al gatito, por algo desde pequeña quería ser forense. Está frío… Y apacible. 

Otro humano se une a nosotras y decidimos llamar a los Servicios Municipales para que recojan al minino, tratando de no imaginar lo que harán con él. 
 
La urraca se queda junto al gato en silencio, como si comprendiera por fin que el gatito no se levantará más, haga lo que haga.

“Nunca vi nada tan tierno…”

 Nota: Los animales utilizados para ilustrar este cuento no han sufrido maltrato alguno