Julio en Madrid, son las 5 de la tarde. Qué calor. A dos pasos de mi calle se concentra el inicio de la fiesta del Orgullo Gay.
Agarro mi cámara de fotos, una botella de agua, un abanico y me uno a la fiesta.
-Como duele eso de quitarse los pelos, ¿eh?, les digo solidaría a los romanos de pecho depilado. Si es que todavía tienen cara de susto los angelitos.
Los vecinos también participan del jolgorio.
-Despierta Mariano que empieza la “procesión”.
-Qué procesión ni que leches, María. Menudo jaleo, con lo a gusto que dormía.
-Oh, mira que apuesto ese de las gafas en la cabeza. El que lleva escrito debajo de las tetillas “sólo para tus ojos”. Muy guapo el chico, sí señor. Y ése, y ese otro también…Todos están de buen ver.
-Bah. No sé que les ves… Que van enseñándolo todo, digo yo.
-Porque pueden, Mariano. Si es que da gusto verlos…
- Anda, María, vamos a ver la tele y a echarnos una cabezadita. Que esto no es para nosotros.
-Santo cielo, mira qué luz, Mariano…Sí parece una aparición…
-Madre mía, qué buen mozo ese de la capa trasparente, la cruz y el calzoncillo con pinchos… ¿De qué irá disfrazado?
-Vete tú a saber. Quien entiende este mundo de ahora, ¿eh?
María le da un codazo a su marido que sigue enfurruñado, añorando su siesta en el sofá.
- ¿No me digas que no te gustaría que te miraran el corazón esas doctoras tan guapetonas?
-Bah, ya no estoy pa esas tonteras, María. Anda, vamos pa adentro.
Ay, Mariano, que desaborido eres. Alegra la cara, hombre que, como decía mi madre, “lo que tienen que comerse los gusanos que lo disfruten los humanos”
Clic- clic- clic- clic… Bip, bip, tarjeta llena.