Mis
botas de lluvia abandonan el altillo del armario aburridas de tanto abandono y
sequía. Caminan por el pasillo sigilosas,
se enfilan a la hiedra del balcón y se deslizan hasta el asfalto.
Aprovechando
que nadie ve unas botas de lluvia a 40 grados a la sombra, llegan sin
contratiempos a su destino. Se zambullen y se dejan mimar por la serpiente de
agua que ha montado un Spa para chismes acuáticos abandonados.
Al
anochecer hay diluvio para amenizar la jornada, y mis botas se encuentran con
su colega el paraguas que emigró del paragüero antes de acabar en la basura por
desuso, no ser plegable y encima tener artrosis en sus varillas.
También
a Toribio, el pato, que se largó harto de llenarse de moho en una esquina de la
bañera.
-Nadie
jugaba conmigo-se justifica el pato…
…lamentando
haber dejado al pobre tapón de bañera colgando de un hilo sin amigos y en el paro,
como el 25 % de los españoles.
Como
broche de una jornada memorable, en el refugio se proyecta la película “Bailando
bajo la lluvia”…
…
que cuenta la historia de dos botas enamoradas que recorren el mundo en busca de
cascadas de aleros de tejado y gárgolas, charcos y lluvias de verano.
***
-¡Por
fin llueve!- grito mientras corro hacia el altillo a buscar mis botas de pisar
charcos…
…Pero
en su lugar, prendido de la puntilla a medio tejer de una telaraña disecada por
la sequía, encuentro una nota de despedida.
“Lo sentimos, nena,
hemos tenido que hacerlo para mantener nuestro equilibrio emocional. Volveremos
en otoño.
Te quieren, tus botas
de lluvia”