Todo lo que observo ahí fuera, me produce una extraña melancolía y una manera peculiar de mirar. He pasado del dolor de los días más terribles de la Pandemia a un cierto estupor. No me hallo.
Nos miramos de lejos o ni siquiera nos miramos. Ocupamos un mismo espacio pero sin comunicarnos, como si cada uno de nosotros habitara un islote en un mar desolado.
Aunque hay más paseantes solitarios también se ven parejas. La mascarilla invita al ensimismamiento a pesar de ir acompañado.
Enmascarados, pero con estilo
Meditando en el Parque. La hierba sin pisar tantos días está tierna, verde manzana, olorosa y mullida.
Las 118 Hectáreas que ocupa el Parque del Retiro con sus 19.000 árboles dan para que no se produzcan las aglomeraciones que auguraban. Es un placer perderme de nuevo por cualquiera de sus rutas.
El Paseo de Cuba del Parque del Retiro, siempre tan concurrido, está así de poco aglomerado.
El Metro de Madrid el día que se suponía que todos los madrileños invadiríamos las calles como locos irresponsables.
Asientos con indicación de dejar libres para mantener las distancias. Obligatorio el uso de mascarillas.
Popular Almacén del Centro de Madrid parcialmente abierto al público.
La dependienta me dice que no puede tocar mi cámara de fotos, que tengo que esperar a la Fase en la que abra el Servicio Técnico. Espero que para entonces no haya caducado mi garantía.
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Os muestro la única aglomeración con la que me he topado estos días: hormigas sobre una patata frita, sin ninguna medida de distanciamiento ni mascarillas.
Para que luego hablen de la irresponsabilidad festiva de las cigarras.