Madrid-Alicante. ¿Vemos lo que vemos o lo que somos?

 -¡¿Os vais a Alicante?! Pero si no tiene nada, un castillo y poco más.

 Y entonces, me acordé del gran poeta Fernando Pessoa que decía que…
 “Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”
A nosotros nos basta con que se pueda llegar en tren, no haga mucho calor, tenga lugares para pasear, comer rico, desconectar de la rutina…

 …y un buen pedazo de mar para alegrar la retina y aliviar nuestra añoranza costera.

 Nuestro compañero de viaje, resopla en su asiento.
-¿Eres actriz?-me pregunta.
-No- Me da la risa.

Me mira como si no me creyera. Se encoge de hombros. Se abanica la calva con el billete de tren, se bebe de un trago su botella de agua fría y ronca plácidamente hasta el final.

Xavi me hace esta foto antes de que me convierta en “un viaje”

Recupero mi cámara justo a tiempo de asistir a un cruce de miradas con  un calamar gigante varado en el paseo a la sombra de un ficus centenario.
 

Los buzos del Capitán Nemo piden al ayuntamiento que mantenga el agua limpia, y a los bañistas que no utilicen las playas de ceniceros.

Soy este oso polar atrapado en el Hemisferio Norte de la ensaladera.

Asisto al deshielo de cubitos desde el que emerge mi osezno sin mañana, mientras unos niños dibujan sus “salvemos el Ártico” con los colores más fríos de una caja de Alpinos…


…y un hombre de piernas largas intenta limpiar el planeta que se ahoga ante la desidia de sus habitantes que lo creen infinito como su estupidez.
 Un poco más allá, me siento lobo y aúllo a la luna que se desdibuja en el cielo antes de irse a dormir.
 Y el caballito del Carrusel se suelta de su anclaje y galopa y corta el viento persiguiendo a las gaviotas.


Uf, una mano me protege de las banderas, porque como decía Voltaire, con mucha ironía:
“Lo maravilloso de la guerra es que cada jefe de asesinos hace bendecir sus banderas e invocar solemnemente a Dios antes de lanzarse a exterminar a su prójimo”
Me siento relajada y plácida como este surfero que camina por encima de las aguas del Puerto.
 Mientras las palmeras se creen aves y las aves se dejan llevar dando un descanso a sus alas.
 Y los nadadores intrépidos (hay bandera roja para bañistas) se montan en roscos que parecen donuts o naves para sirenas.


Y a las sirenas les crecen pies que remojan con añoranza de pez
 Y con los pies en remojo las gaviotas practican el sírvase usted mismo.


Y el sol se ensaña con la calva del hombre que duerme en el césped


Abandonamos la playa por un encuentro con Alí-Babá. Dejando que las paredes nos hablen
…y nos cuenten historias de soñadores que se ponen calcetines para tener playas en los zapatos, se adornan el pelo con mariposas y organizan un circo de fruta confitada mezclando manzanas y caramelos en su boca.


Y hablando de boca, es hora de comer. Somos capaces de soportar con una sonrisa la falta de personal del restaurante. Tardan una hora en traernos el primer plato, pero todo está apetitoso. Los chicos se disculpan y se asombran de que les dejemos propina.
Regresamos a la Estación con tiempo suficiente para perderlo a la sombra de dos ficus abrazados.
 El tren enfila de vuelta a Madrid. Dos horas y 20 minutos. Nos toca un “Vagón de Silencio”. Ni charlas, ni móvil, ideal para leer y relajarse.
Al volcar las fotos de mi cámara en el ordenador, miro por curiosidad en Internet fotos de Alicante (Alacant en valenciano) y entonces confirmo que Pessoa tenía razón:
No es que lo vemos, sino que vemos lo que somos.