Yo era feliz sin pretensiones, hasta que tuve pretensiones de ser feliz

 

 Oh, ¡NOOO, qué ocurrencia! 

Y, dime,  ¿dónde habita ahora tu legendario humor y  esas ideas locas que eras capaz de ejecutar sin temer el qué dirán y, lo mejor, sin que te importara demasiado el resultado final?  
 
Vivir al día, improvisar ante cualquier contratiempo, poner un parche aquí y otro allá hasta que se pueda arreglar… o no.  
 
Cambiar de casa, de lugar, de trabajo, de marido… Cerrar unas puertas y abrir otras sin nostalgia, sin mirar atrás.
Recuerda que tus amigas más conservadoras te auguraban un futuro alrededor de un cartón en la calle, y para ti ese cartón se convertía en una alfombra voladora.   
Y te reías… y les decías que la vida es un suspiro, que es mejor no tener planes, todo lo más un sueño irrealizable para mantener a la esperanza entretenida. 

Porque se puede vivir sin dinero y hasta sin amor, pero no sin esperanza.   
   
Y la vida seguía pasando y tú eras feliz sin pretensiones, pero sin rendirte, con tu osadía asilvestrada, con tu manera brusca de apartar de ti lo malos momentos, sin treguas ni duelos. 
 Ahora te propones ser feliz y, de repente, te sientes atrapada en una rueda de hámster. Los días se suceden unos iguales a otros sin chispa. 

En tú cabeza ya no hay itinerarios mágicos, y eso te hace infeliz,  te has quedado en blanco, chica. Tienes un empacho de realidad.   
   
Sal de ahí y vuela, si te pegas un porrazo seguro que volverás a tu estado habitual (Y fueron felices y comieron perdices)
Palabra de perdiz *
O quizá te vuelvas estúpida, que junto a ser egoísta y estar bien de salud es lo que necesitas para ser feliz, según  decía el escritor francés,  Gustave Flaubert, que hoy no molaría nada.
   
Sea como sea, en cuanto baje de revoluciones la rueda de hámster, salta y que ocurra lo que tenga que ocurrir, no seas cobarde. 
   
               Alguien dijo que gastamos más energías en hacer creer a los demás que somos felices que en serlo de verdad. 
  
Y tú, ¿cómo andas de felicidad?


* Salvo las perdices, el resto de fotomontajes son de mi autoría

Marieta, la galleta triste que soñaba con la playa

 -Lo siento, linda, le dijo Nora dándole un beso de despedida- pero las galletas no pueden ir a la playa, porque se ponen blandungas con la humedad, como dice mi yaya.
 
 Marieta, muy enfadada, fue hasta el cajón de la cocina donde se guardan los rótulos para las conservas y escribió “galleta triste” lo pegó en su bote y se encerró con dos vueltas de rosca. Antes, quitó de su vista el retrato de Nora.
El Tomate botarate, con su gracejo canario, le contó chistes de cebollinos y otras hierbas, pero Marieta lo ignoró. 
-Anda Marieta, que para triste yo, que siempre hago llorar a todo el mundo, pero una galleta es salada, tostada, amada…no se puede estar triste con esos adjetivos. Pero a Marieta ni siquiera se le empañaron los ojos e ignoró a la  amable cebolla llorona. 
Llegó el turno de los pimientos italianos, tan verdes, tan estilizados y pintureros con sus tutús de ballet que  improvisaron una deliciosa danza. Pero Marieta seguía enfadada y triste y los echó de malas maneras...
Los tenedores circenses eran unos consumados equilibristas y nadie podía verlos sin reírse  cuando el limón, pinchado al final de la torre, pedía socorro  asustado, sudando de miedo con sus gotas cítricas y olorosas.
Un día los amigos de Marieta dejaron de ir a verla, cansados de su indiferencia y mal humor. 
Y la galleta se sintió tan sola que lloró y lloró  hasta que  su encierro se transformó en una mar de lágrimas. Y no podía escapar del bote.
Estaba ya medio pachucha y desecha, cuando la gaviota reidora se posó en el alféizar de la ventana con su alegre hi, hi, hi.
Marieta le dijo con signos que no se podía abrir la tapa, pero la gaviota reidora, que era apañada y audaz, buscó una cuchara y  saltando sobre uno de los extremos hizo palanca y rompió el bote liberando a la galleta triste.

Y la gaviota se llevo a Marieta en el pico  a dar una vuelta para que se secara. Y una vez crujiente la llevó de veraneo a la  playa de Chiquilín, una playa donde las galletas no se ponen blandungas. 
 
Nora fue de incognito  y pudo verlo con sus propios ojos color de cielo.  Pensó que Marieta sería más feliz en aquella playa, que en un bote, por muchos mimos que ella le diera.

Marieta,  la galleta triste de esta historia, recuperó su sonrisa para siempre, y Chiquilín  encontró irresistible el cuerpo redondo y crujiente de su amada, tanto que a veces le daban ganas de darle un mordisquito.

Aquí los puedes ver paseando por la playa haciendo manitas y diciéndose palabras de amor sencillas y tiernas.
Y ahora, que has llegado al final de esta historia, ¿a ver cómo ahogas  a una galleta con leche y te la comes sin sentirte un poco caníbal?

No es el infierno, es la fibromialgia o artritis reumatoide o artrosis generalizada o quizá sólo sea fruto de mi mente, pero... mi dolor es tan alto que sigue mirando al otro mundo por encima del Ocaso

Hay un mundo de ríos quebrados en mi interior donde los sueños tropiezan con la realidad, diga lo que diga la mujer pájaro que habita en mi cabeza. Así que, allá voy.

Me encuentro a las puertas del Club para solicitar mi ingreso. Un lema sin eufemismos me da la bienvenida: “No es el infierno, es la Fibromialgia o lo que sea que te está pasando, pero con mucho dolor”


Como cualquier Club que se precie, las “pruebas” para entrar son duras y muy exigentes. No sé si voy a estar a la altura. 
Tienes que dormir poco y mal, tener el ánimo alterado, tendiendo al  desánimo.

Caminar como un pingüino a primeras horas del día y a últimas de la tarde te da muchos puntos.

Y, sobre todo, acreditar que tu cuerpo ha dejado de ser tuyo para entregarse con lujuria y frenesí a toda clase de dolores intensos y perversas sensaciones.

 Admitido Cum laude, mi cuerpo se ha quedado en el Club haciendo calceta.
 Ya sin cuerpo, dejo la cabeza en un descampado y sonrío recordando que antes me encantaba perder la cabeza…

Regreso a casa sin cuerpo, sin cabeza... Me doblo y me guardo en el armario.
La mujer pájaro trepa sobre mi esencia, se cuelga de una percha y como un loro repite: tú puedes.  Vuela, vuela, vuela…
-Lástima no tener un zapato con tacón de aguja a mano.

Dedicado con afecto y ánimo a todas/os los que ya pertenecen  a estos clubes de dolor crónico.