…Entre zapatos, bolsos... y pañuelos
de seda que imitan las olas del mar, la sirena en su pecera con vistas a la
calle comercial mueve su cola de pescado zis, zis, zis… mientras musita:
…hay barcos que buscan ser mirados
para poder hundirse tranquilos…” (Lorca)
Desde pequeña, por diferentes
circunstancias de mi vida, me he sentido atrapada y siempre he sabido
escapar con más o menos gracia y acierto. Hasta salté por una ventana con cinco años, una ventana bajita ¿eh?
Hoy me siento encerrada en un cuerpo escacharrado que ya no me permite caminar por horas como me encantaba hacer. Ni saltar ni correr…
…Aunque todavía puedo bailar y no
depender de nadie y cuidar de los que amo, el dolor y yo somos viejos colegas y esa necesidad de "salir corriendo..." no me abandona.
Con tanta práctica de escapismo, he aprendido que, además del
dolor, la tensión que provoca buscar “la salida” me mantiene activa, rebelde y con la cabeza en equilibrio.
Como decía Nietzsche “Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”
Desayunando en un Bar de Madrid, veo
como esta pobre langosta boca abajo intenta ponerse boca arriba con mucho
empeño… Me parte el corazón.
Por fin lo consigue. Y, con sus pinzas amarradas con unas gomas azules, la langosta se pega al vidrio de la pecera “manos arriba” tratando de comprender que hace ahí.
¿Rendida? Creo que no, que sigue intentando escapar ... como algunas.
Y tú que me lees, ¿te has sentido alguna vez una sirena o una langosta en una pecera?