Sayonara mujer artrósica. Welcome android woman

Me llamo Tesa y soy una mujer con artrosis grado IV. Mi aparato locomotor, tiene poco de loco-motor y mucho de viejo-cacharro.

Necesito una prótesis completa en  mi rodilla izquierda. Y además fijar la articulación del tobillo derecho con dos clavos… Eso sólo para empezar.
Le digo a mi doctora que no tengo ánimo para que me abran en canal, me sierren, me sustituyan huesos y cartílagos  por piezas metálicas poco a poco… 

...Y pasarme un montón de meses con los ojitos morados de tanto sufrir, ya que las recuperaciones son largas y tediosas.
 Así que he decidido como solución a mis problemas de movilidad doliente convertirme en una mujer androide.

Ventajas de ser androide:

Se acabó el dolor, los medicamentos, la cojera e incapacidades varias. Y además mi cuerpo volverá a ser potente, turgente y sin un gramo de grasa, eso sí un poco frío al tacto, pero… a estas alturas de la película ya sabemos que nadie es perfecto.
 Por lo que si hay algún ingeniero en robótica interesado en arreglar este aparato locomotor maltrecho que contacte conmigo con urgencia.
Tampoco estoy pidiendo la Luna, sólo me gustaría llegar a la edad de jubilación con dignidad motora, y poder pasear con un perrillo despeluchado y cabezón sin que montemos un número de Circo cada vez que salgamos por el barrio. 
Y vosotros... ¿cómo lo véis?

La Religión Católica era el Cine Gore de mi infancia

Cuando era una niña, a los mártires los partían por la mitad, los cocinaban a la parrilla o en aceite hirviendo, se los daban de comer a las bestias vivos, les sacaban los ojos, les cortaban los pechos…
Una compañera de clase dijo que a Santa Águeda le habían cortado las tetas y la monja le dio una bofetada, porque si eres santa no tienes tetas sino senos.

Le dije a mamá que, por favor, me desapuntara de católica.
Mamá me ordenó que no hablara con nadie de esas ocurrencias, que podía tener problemas con las monjitas, con las autoridades y con los paisanos.

Así que fingía ser católica y  creerme todo lo que me contaban, pero con el único “santo” que tenía trato era con el crucifijo grande de la Iglesia, porque a mí me han gustado siempre los crucifijos.
A mis 8 años sabía que hablaba con una escultura, pero a veces me parecía que la barriga del Cristo se movía como si se aguantara la risa.

La capilla era el único lugar en el que podías estar sola sin que las monjas sospecharan que estabas pecando. Me gustaba estar sola y también  hablar con Jesús.
 Antes de marcharme le pedía que NO me hiciera sentir vocación de monja porque la sangre me ponía las piernas flojas, no servía ni para santa ni para mártir y me daban miedo las apariciones. Que yo lo que quería de mayor, con su permiso, era ser espadachín. 


Las imágenes son de internet “tuneadas” por mí para este relato, un fragmento de mi novela inconclusa “Ese montón de espejos rotos”