En el colegio no teníamos presupuesto para zapatillas de
ballet, pero éramos capaces de bailar el Cascanueces como si aquellos simulacros
de zapatillas de trapo fueran mágicas...
...o el Casatschok
como si perteneciéramos al cuerpo de baile del ejército ruso.
Nos llamábamos “Las perlas del Mediterráneo” Sonábamos muy bien y cantábamos
mejor, yo era la pandereta de la Tuna. En Navidad, todavía le saco un buen
sonido al instrumento.
Al cumplir los 15 años, mientras estudiaba, trabajaba por
las mañanas en una empresa que hacían prendas de punto para tiendas importantes.
Los cuellos, puños, remates, botones etc. se cosían a mano. Soy la más alta.
Mi jefe era un tipo fascinante y entendió que lo de coser no
era algo que a mí me entusiasmara, así que me encargó distintas tareas.
La que
más me gustaba era la de jugar con su perro y hacerlo correr cuando lo sacaba
de paseo. En mi horario de trabajo, por supuesto. Y encima me daba una propina.
Puk era un Setter irlandés adorable, alocado y ansioso.
Conectamos al momento.
En una excursión del colegio, a los 14 años, me puse mi
primer bañador de chica, prestado.
El
bañador tenía las cazoletas de los pechos rígidas y ahí dentro mis pequeños
pechos se perdían, pero ese día me sentí por primera vez toda una mujer.
Mi primer biquini me lo pude comprar con mi sueldo a los 16
años, y lo elegí negro marcando tendencia y a la medida de mis hechuras. Ahí
estoy con dos de mis mejores amigas: Sasa en el centro seguida de Merche.
Tenia 21 años cuando me casé la primera vez. Era una niña
jugando a ser mujer.
A los 24 años tuve a mis mellizos, que acaban de cumplir 40 años.
Es lo mejor que he hecho hasta el momento: niño y niña de
una tirada. Morena con ojos azules ella, rubio con ojos verdes él. Los dos con
talento y gusto por el Arte. Además de guapos, maravillosas personas.
A los 32 años me separé sin malos rollos, y en vez de deprimirme o jorobar a los que me rodeaban me di un capricho y me
compré un caballo. Se llamaba Gregal como el viento del Nordeste.
Gregal era veloz,
resistente, noble y me adoptó. Pese a que yo no era una jinete
experimentada, lo podía llevar a galope hasta 500 metros de la cuadra y pararlo
con la voz.
Me gustaba pasear con él por el campo a trote largo y luego galopar un poco. Fue un sueño cumplido.
¿Qué me decís de esta representación de la España regional
antes de las Autonomías? La comarca nos visita en Navidad. Deliciosamente
kitsch
Esas Navidades hice de San José, me pasé todo el día con la
barba puesta para acostumbrarme a ella y mis compañeras de colegio me decían…
-San José, queremos un hijo tuyo- porque era un
San José muy guapo, según todas ellas. Otra cosa era el vestuario, le poníamos voluntad, pero, Dios, ahora lo veo espantoso.
Aunque pudiera, no cambiaría nada de mi pasado, ni siquiera lo
menos bueno, porque podría perderme alguna de las experiencias y personas con
las que me he ido encontrando en este viaje con final anunciado y eso sí que sería un
desastre.
(Continuará… o no)