El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas (Ernest Hemingway)

 

...Las manos de mi padre se mueven en los bolsillos de su bata blanca como las patitas de un ratón atrapado en el fondo de un saco.

-Lo siento, pitusa, no llevo nada para darte -susurra.

-No importa- digo apiadándome de su desamparo.

 Cuando mi padre se despide y desaparece por la misma puerta por la que ha llegado, presiento que es una despedida para siempre, mi inocencia de niña cruje dentro del pecho.

Mi inocencia se va sin despedirse. Vaga por los pasillos del hospital hasta llegar al depósito de cadáveres. Conociéndola, seguro que se tumba sobre una mesa metálica y fría, cruza las manos sobre el pecho y expira.

A veces, cuando paso por el Museo Reina Sofía de Madrid, antiguo Hospital, me parece verla asomada en una de las ventanas que dan a pie de calle, donde antes estaba el depósito de cadáveres. Es una inocencia pequeña y gris con textura de escarcha...

 ...Un taxi negro con una raya roja en la puerta nos lleva al estudio del fotógrafo. No hablamos durante el trayecto. Tampoco en el ascensor con espejos y un banquito encajado en uno de sus lados para sentarse.

Mientras el fotógrafo prepara el fondo para la foto, mamá recompone mi atuendo.

Mete sus pequeñas manos por debajo del cancán para ahuecar el vestido de encaje.

Tira de las mangas. Centra la medalla de oro, que es de una amiga suya. Lo hace con tanta energía que mi esternón vibra como un instrumento musical.  Ajusta la corona alrededor del moño. Alisa el flequillo.

 Mamá trata de enderezar el cuello del vestido de Comunión que yace sobre mis clavículas. Rendido.  Lo llevo puesto desde las siete de la mañana y es mediodía.

El fotógrafo me pide que me siente recta. Me coloca las manos con el misal y el rosario entre ellas. Me hace ladear la cabeza. Ajusta la altura y la dirección de mi barbilla y dice varias veces:

 -Anda pequeña, sonríe. Sonríe, aunque sea un poquito. No te muevas.

 Para no moverme imagino que un hilo mantiene mi cabeza unida al techo. No sonrío.

 Mi madre se impacienta y le ordena que haga la foto de una vez, si tiene que ser seria pues seria.

 El fotógrafo nervioso me dice de nuevo no te muevas guapa y dispara. La primera vez cierro los ojos. La segunda la da por buena. Quiere deshacerse de una niña que no sonríe en su foto de Comunión. Que no habla. Que se cree suspendida por un hilo invisible...

 (Fragmento de mi libro en construcción. Todavía sin título definitivo)