Quemadito confundió su ovillo de lana rojo con una
bola de fuego que saltó de una hoguera.
Pobre gatito quedó hecho
un montón de carbón. Menos mal que cerró muy fuerte sus ojos y los salvó de las
llamas.
Carapiedra apareció en la
playa rodeada de huellas de gaviota.
Nadie
sabe quien la dibujó. ¿Un cangrejo, un caballito de mar, una sirena, el rey
Neptuno con su tridente? ¡Uhmm! Misterio.
Cuando el Hada de los tejados se fue a remojar los pies en la playa, casi pisa con el
dedo gordo a Carapiedra.
-Oh,
que niña tan bonita- y le puso un botón en el pecho que se puso a latir como un
corazón de melón, de melón, melón, melón…
Y
conjuro por aquí y conjuro por allá, el Hada le hizo a Carapiedra una falda chula
con un pétalo de amapola.
Tiñó
el lazo rojo de su coleta con la tinta de un calamar enfadado. Y hasta encontró
unas botas de muñeca perdidas en la arena.
Carapiedra
y Quemadito se hicieron amigos. Vivían felices cerca del mar en la copa de un árbol
que habían decorado con hilos de colores y bagatelas brillantes.
Un
día, empezaron a caer del cielo unos copos enormes. Quemadito, que nunca había
visto la nieve, corrió despavorido de un lado para otro hasta que se perdió.
La
nieve había borrado los caminos. Todos
los amigos de Carapiedra se pusieron a buscar a Quemadito. Los ositos Ben y
Javi le preguntaron al hombre que quería irse a casa.
-No,
no le visto. Yo sólo quiero llegar a casa y comerme una rica sopa caliente.
-Hola,
señor, ¿ha visto a Quemadito?-preguntó Ariadna.
-No,
guapa, no he visto a nadie, sólo quiero irme a casa. Y siguió su camino,
deseando que nadie más le interrumpiera.
Pero
una cebra garbosa le salió al paso y haciendo una cabriola le preguntó si había
visto a Quemadito.
-No,
gimió el hombre, yo sólo quiero irme a casa a comerme mi sopa calentita.
Quemadito
temblaba, y del susto no podía ni pensar ni caminar, pero el pollo Friolero le
ató el cordón rojo a sus pelos chamuscados y tiró del gato hasta acercarlo a la
playa donde había visto a Ariadna y Marina buscándolo.
Friolero
dejó a Quemadito en la playa nevada, protegido por un paraguas rojo.
-No,
no he visto a Quemadito – le dijo el señor que quería irse a su casa.
-Es
que yo soy Que-que-que-madi-i-too- le contestó el gato tiritando.
-Pues
no te muevas, que así te encontrarán y podré volver a mi casa por fin.
-Vamos,
Quemadito, no tengas miedo, la nieve es sólo agua congelada, cuando salga el sol
se derretirá. Y los caminos volverán a aparecer, le animaba Ariadna.
Marina
había añadido lana roja al ovillo de Quemadito y era tan grande que el gato lo
seguía entusiasmado sin pensar en el miedo que le daba la nieve que borraba los
caminos.
-Oh,
Quemadito estás a salvo- gritó Carapiedra. Muchas Gracias por tu ayuda,
Ariadna,
-Gracias
también a Marina, a Friolero, a los ositos, a la cebra... Y disculpas al señor
que llegó tarde a casa porque todos le paraban para preguntarle por Quemadito.
Y
así fue como Quemadito, después de esta aventura tan blanca y tan fría,
aprendió a disfrutar de la nieve que borra los caminos.
FIN
Cuento
para Ariadna y Marina que me inspiran y me hacen reír.