
¡No vemos en otoño! ¡Espero!*
El calor me vuelve majara. Hago cosas impensables en mí como salir a la calle con las chancletas de estar por casa y un vestido de seda de colores que me hace parecer una oronda y alegre señora de crucero por el Caribe.
Además, llevo un abanico en una mano y un espray de agua helada en la otra y, mientras camino, me mojo con el agua fresca de la cabeza a los pies, literal. Como si me estuviera perfumando en plan compulsivo.
Tengo estos refrigerados en el congelador que, aparte de usar para mis dolores, me llevo a la cama todas las noche. Unos van entre la funda de la almohada y mi cuello y otros en un cojín sobre el que pongo las piernas.
Coloco los pies sobre un bloque de hielo de nevera portátil y, cerca, el ventilador a todo trapo. En ocasiones extremas, me envuelvo completa en un pañuelo grande mojado. Suerte que a mi Xavi mi locura no le espanta. Es un hombre fuerte.

Por eso y más razones, me despido hasta que el otoño me devuelva la poca cordura que me queda.
Ah, el que dude del Cambio Climático delante de mí que se atenga a las consecuencias, el calor me vuelve salvaje e irracional.
* El mundo deshaciéndose
como un helado que he utilizado para mi fotomontaje es de una campaña de
publicidad de World Wildlife Fund