¿Desde cuándo no le dirigían la palabra en aquella casa salvo para exigir sus servicios?
¿Mamá, ¿dónde coño está mi camiseta lila? Joder, te he dicho mil veces que odio la Nutela. ¿Lola, puedes plancharme el pantalón de lino? Ah, vendré tarde, tengo una reunión, no me esperes despierta. Este fin de semana también trabajo.
La hija adolescente mordisqueaba las tostadas mientras seguía con la cabeza y parte del cuerpo el ritmo de la música que retumbaba a través de sus auriculares y mandaba sms con la mano libre. El marido consultaba su iPhone, tecleaba, sonreía a la pequeña pantalla, chasqueaba la lengua…
La mujer miró a su familia durante un buen rato ¿Quiénes eran aquellos intrusos que la utilizaban, que jamás daban las gracias, ni le dedicaban una sonrisa o le preguntaban cómo se sentía?
El día anterior, Lola fue a la peluquería. Se compró un vestido rojo y un sombrero. Estaba guapa, hasta ella lo reconoció cuando se miró en el espejo un día más para comprobar si seguía siendo visible.
-Me voy, dijo en un susurro.
-…
Carraspeó. Me voy, dijo más alto. No sé si para siempre o por una temporada. Tenéis comida en la nevera para una semana, después, tendréis que espabilaros.
Ni siquiera la miraron cuando sonó su móvil. -Bajo enseguida- le dijo al taxista.
Sacó del bolso un sobre blanco con una carta de despedida e instrucciones para que no se perdieran por la casa solos.
Comprobó que llevaba el dinero rescatado de un plan de pensiones y recogió la maleta que había dejado en el recibidor.
Adiós, dijo al aire. Y se marcho sin volver la vista atrás.
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Summertime de Hopper muy intervenido por Tesa |
-Al aeropuerto, por favor terminal dos.
¿Vacaciones o negocios? – dijo el taxista mientras programaba el GPS
Vacaciones- mis primeras vacaciones de verdad en veinte años.
Las calles justo se desperezaban. El aire olía a pan tostado y café.
Por la radio del taxi emergió como un volcán en erupción la voz de Janis Joplin interpretando Summertime.
Justo una semana después, tal y como Lola había imaginado, se dieron cuenta de que Lola había desaparecido, cuando los platos se amontonaron en el fregadero, la nevera se fue vaciando y la camiseta favorita y el pantalón de lino seguían en el cesto de la ropa sucia.
Tratando de encontrar un indicio que confirmara tan extravagante conducta, impropia de una madre amantísima y de una esposa cabal, dieron con la carta de despedida, que seguía sujeta por el azucarero debajo de una caja de cereales vacía.